HISTORIA DEL TEATRO
Teatro antiguo

El teatro romano recibió la influencia del griego, aunque
originalmente derivó de antiguos espectáculos etruscos, que mezclaban el arte
escénico con la música y la danza: tenemos así los ludiones, actores que
bailaban al ritmo de las tibiae –una especie de aulos–; más tarde, al añadirse
la música vocal, surgieron los histriones –que significa «bailarines» en
etrusco–, que mezclaban canto y mimo (las saturae, origen de la sátira). Al
parecer, fue Livio Andrónico –de origen griego– quien en el siglo III a.C.
introdujo en estos espectáculos la narración de una historia. El ocio romano se
dividía entre ludi circenses (circo) y ludi scaenici (teatro), predominando en
este último el mimo, la danza y el canto (pantomima). Como autores destacaron
Plauto y Terencio.
En Oriente destacó el teatro indio, que tiene su origen en el
Nāṭya-śāstra, libro sagrado de Brahma comunicado a los hombres por el rishi
Bharata Muni, donde se habla de canto, danza y mímica. Generalmente, la
temática es de signo mitológico, sobre las historias de los dioses y héroes
indios. La representación es básicamente actoral, sin decorados, destacando
únicamente el vestuario y el maquillaje. Había diversas modalidades: Śakuntalā,
de siete actos; Mricchakaṭikā, de diez actos. Como dramaturgos destacaron
Kālidāsa y Śūdraka.
Teatro Medieval
El teatro medieval era de calle, lúdico, festivo, con tres
principales tipologías: «litúrgico», temas religiosos dentro de la Iglesia;
«religioso», en forma de misterios y pasiones; y «profano», temas no
religiosos. Estaba subvencionado por la Iglesia y, más adelante, por gremios y
cofradías. Los actores eran en principio sacerdotes, pasando más tarde a
actores profesionales. Las obras fueron en primer lugar en latín, pasando a
continuación a lenguas vernáculas. El primer texto que se conserva es el
Regularis Concordia, de San Æthelwold, que explica la representación de la obra
Quem quaeritis?, diálogo extraído del Evangelio entre varios clérigos y un
ángel.
El teatro medieval se desarrolló en tres principales
tipologías: «misterios», sobre la vida de Jesucristo, con textos de gran valor
literario y elementos juglarescos; «milagros», sobre la vida de los santos, con
diálogos y partes danzadas; y «moralidades», sobre personajes simbólicos,
alegóricos, con máscaras tipificadas. En esta época nació el teatro profano,
con tres posibles orígenes –según los historiadores–: la imitación de textos
latinos de Terencio y Plauto; el arte polivalente de los juglares; o los
pequeños divertimentos escritos por autores de signo religioso para evadirse un
poco de la rigidez eclesiástica.
En la India, el teatro evolucionó sin grandes signos de
ruptura desde época antigua, en espectáculos donde, junto a dramas de tipo
mitológico sobre la cosmogonía hindú, destacaban el canto, la danza y la
mímica. En esta época destacaron dos modalidades principales: el mahanataka
(gran espectáculo), sobre las grandes epopeyas indias; y el dutangada, en que
un actor recita el texto principal mientras otros lo escenifican con ayuda del
mimo y la danza.
En Japón apareció en el siglo XIV la modalidad denominada
nō, drama lírico-musical en prosa o verso, de tema histórico o mitológico. Su
origen se sitúa en el antiguo baile kakura y en la liturgia sintoísta, aunque
posteriormente fue asimilado por el budismo. Está caracterizado por una trama
esquemática, con tres personajes principales: el protagonista (waki), un monje
itinerante y un intermediario. La narración es recitada por un coro, mientras
los actores principales se desenvuelven de forma gestual, en movimientos
rítmicos. Los decorados son austeros, frente a la magnificencia de vestidos y
máscaras. Su principal exponente fue Chikamatsu Monzaemon.
Teatro en la Edad Moderna
El teatro renacentista acusó el paso del teocentrismo al
antropocentrismo, con obras más naturalistas, de aspecto histórico, intentando
reflejar las cosas tal como son. Se buscaba la recuperación de la realidad, de
la vida en movimiento, de la figura humana en el espacio, en las tres
dimensiones, creando espacios de efectos ilusionísticos, en trompe-l'oeil.
Surgió la reglamentación teatral basada en tres unidades (acción, espacio y
tiempo), basándose en la Poética de Aristóteles, teoría introducida por
Lodovico Castelvetro. En torno a 1520 surgió en el norte de Italia la Commedia
dell'arte, con textos improvisados, en dialecto, predominando la mímica e
introduciendo personajes arquetípicos como Arlequín, Colombina, Pulcinella
(llamado en Francia Guignol), Pierrot, Pantalone, Pagliaccio, etc. Como
principales dramaturgos destacaron Niccolò Machiavelli, Pietro Aretino,
Bartolomé Torres Naharro, Lope de Rueda y Fernando de Rojas, con su gran obra
La Celestina (1499). En Inglaterra descolló el teatro isabelino, con autores
como Christopher Marlowe, Ben Jonson, Thomas Kyd y, especialmente, William
Shakespeare, gran genio universal de las letras (Romeo y Julieta, 1597; Hamlet,
1603; Otelo, 1603; Macbeth, 1606).
En el teatro barroco se desarrolló sobre todo la tragedia,
basada en la ineluctabilidad del destino, con un tono clásico, siguiendo las
tres unidades de Castelvetro. La escenografía era más recargada, siguiendo el
tono ornamental característico del Barroco. Destacan Pierre Corneille, Jean
Racine y Molière, representantes del clasicismo francés. En España el teatro
era básicamente popular («corral de comedias»), cómico, con diversas
modalidades: bululú, ñaque, gangarilla, cambaleo, garnacha, farándula,
compañía, etc. Destacaron Tirso de Molina, Guillén de Castro, Juan Ruiz de
Alarcón y, principalmente, Lope de Vega (El perro del hortelano, 1615;
Fuenteovejuna, 1618) y Pedro Calderón de la Barca (La vida es sueño, 1636; El
alcalde de Zalamea, 1651).
En el siglo XVIII el teatro siguió modelos anteriores,
contando como principal innovación la reforma que efectuó Carlo Goldoni de la
comedia, que abandonó la vulgaridad y se inspiró en costumbres y personajes de
la vida real. También se desarrolló el drama, situado entre la tragedia y la
comedia. La escenografía era más naturalista, con un mayor contacto entre
público y actores. Los montajes solían ser más populares, atrayendo un mayor
público, dejando el teatro de estar resevado a las clases altas. Al organizarse
espectáculos más complejos, empezó a cobrar protagonismo la figura del director
de escena. Como dramaturgos destacan Pietro Metastasio, Pierre de Marivaux,
Pierre-Augustin de Beaumarchais y Voltaire. En España, Nicolás Fernández de
Moratín se enmarca en la «comedia de salón» dieciochesca, con base en Molière.
El teatro neoclásico tuvo pocas variaciones respecto al
desarrollado a lo largo del siglo XVIII, siendo su principal característica la
inspiración en modelos clásicos grecorromanos, seña de identidad de esta
corriente. Destacan: Vittorio Alfieri, Richard Brinsley Sheridan y Gotthold
Ephraim Lessing y, en España, Leandro Fernández de Moratín y Vicente García de
la Huerta.
En la India, el teatro derivó en esta época del antiguo
dutangada –donde predominaba la danza y la mímica– a una nueva modalidad
denominada kathakali, que igualmente ponía énfasis en la música y la
gestualidad. En esta interpretación adquirió gran relevancia el lenguaje de las
manos (mudras, con 24 posiciones básicas y otras combinadas), así como la
expresión del rostro y los movimientos de los ojos (navarasya). También tenía
importancia el maquillaje, donde los colores eran simbólicos, identificando al
rol o personaje.

Teatro Contemporáneo
Siglo XIX

Con el teatro realista nació el teatro moderno, pues sentó
las bases del que sería el teatro del siglo XX. Se puso énfasis en el
naturalismo, la descripción minuciosa de la realidad, no sólo en la temática y
el lenguaje, sino también en decorados, vestuario, atrezzo, etc. La interpretación
era más veraz, sin grandes gesticulaciones ni dicción grandilocuente, como en
la «representación antiteatral» –actuar como en la vida real, como si no se
estuviese en un teatro– de André Antoine y su Théâtre Libre –donde por primera
vez se iluminó sólo el escenario, dejando al público a oscuras–. A un periodo
prenaturalista corresponden Eugène Scribe, Victorien Sardou y Eugène Labiche.
Destacó especialmente el teatro nórdico, con figuras como Björnstjerne
Björnson, August Strindberg y Henrik Ibsen. Otros autores fueron: Frank
Wedekind, Anton Chejov, Adelardo López de Ayala, Manuel Tamayo y Baus, Àngel
Guimerà, etc.
El teatro simbolista recibió la influencia del «espectáculo
total» wagneriano, destacando por un lenguaje de fuerte trasfondo metafísico y trascendente,
buscando la esencia humana a través de la intuición y la meditación, con
preferencia por los temas míticos y las leyendas, de influjo esotérico y
teosófico. Destacaron Auguste Villiers de l'Isle-Adam, Paul Claudel, Maurice
Maeterlinck y Émile Verhaeren.
Siglo XX
El teatro del siglo XX ha tenido una gran diversificación de
estilos, evolucionando en paralelo a las corrientes artísticas de vanguardia.
Se pone mayor énfasis en la dirección artística y en la escenografía, en el
carácter visual del teatro y no sólo el literario. Se avanza en la técnica
interpretativa, con mayor profundización psicológica (método Stanislavski,
Actors Studio de Lee Strasberg), y reivindicando el gesto, la acción y el
movimiento. Se abandonan las tres unidades clásicas y comienza el teatro
experimental, con nuevas formas de hacer teatro y un mayor énfasis en el
espectáculo, retornando al rito y a las manifestaciones de culturas antiguas o
exóticas. Cobra cada vez mayor protagonismo el director teatral, que muchas veces
es el artífice de una determinada visión de la puesta en escena (Vsevolod
Meyerhold, Max Reinhardt, Erwin Piscator, Tadeusz Kantor).
Entre los diversos movimientos teatrales conviene reseñar:
el expresionismo (Georg Kaiser, Fritz von Unruh, Hugo von Hofmannsthal); el
«teatro épico» (Bertolt Brecht, Peter Weiss, Rainer Werner Fassbinder); el
«teatro del absurdo», vinculado al existencialismo (Antonin Artaud, Eugène
Ionesco, Samuel Beckett, Albert Camus); y los Angry young men, de signo
inconformista y antiburgués (John Osborne, Harold Pinter, Arnold Wesker). Otros
autores destacados son: George Bernard Shaw, Luigi Pirandello, Alfred Jarry,
Tennessee Williams, Eugene O'Neill, Arthur Miller, John Boynton Priestley,
Dario Fo, etc. En España destacan Federico García Lorca, Ramón María del Valle
Inclán, Jacinto Benavente, Miguel Mihura, Alejandro Casona, Antonio Buero
Vallejo, Alfonso Paso y Fernando Arrabal.
Desde los años 1960 el teatro ha reaccionado contra la
distanciación del teatro épico, buscando una comunicación dramática establecida
a través de acciones reales que afecten al espectador (The Living Theatre,
teatro-laboratorio de Jerzy Grotowski, acciones de happening). Los nuevos
directores han agregado a este «teatro de provocación» una conciencia
estilística basada en la ceremonia, el divertimento y el exhibicionismo (Peter
Brook, Giorgio Strehler, Luca Ronconi). El lenguaje oral queda así doblado por el
visual, y el arte dramático recupera en cierta forma su antigua ambición de
«teatro total». Esto se pone de manifiesto en varios grupos españoles, como Els
Joglars, Els Comediants y La Fura dels Baus, o el grupo canadiense Cirque du
Soleil.
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